Desde su infancia la niña María Raquel recibió estímulos, que fueron disponiendola para apreciar y valorizar la música en sus diversas expresiones: desde el repertorio culto que su padre, don Miguel Barros de la Barra, ejecutaba el piano, continuando con las canciones tradicionales que interpretaba su madre, doña Raquel Aldunate Calvo, aprendidas a su vez de su madre, doña Rosalía Calvo Cruchaga, hasta el repertorio popular y folklórico que escuchaba en las radioemisoras y en el sector rural, donde la familia Barros tenía predio agrícola. Igualmente contribuyeron a su formación sus tías Lucía, María y Judith Aldunate Calvo, quienes fueron conocidas maestras de piano y de música en el Conservatorio Nacional.

En su juventud, su madre, que había estudiado canto lírico solía interpretar arias de ópera acompañada al piano por quien sería su esposo, fue, además, efectiva informante para Raquel, sobre la actitud y presencia que exigen los bailes de salón del siglo XIX, que había aprendido para ser presentados en el Teatro Municipal de Santiago con motivo de la celebración del Primer Centenario de la República de Chile, entre las actividades realizadas en la capital.

A la práctica de música culta que realizaban integrantes de las familias Barros y Aldunate, se agregaron Raquel y su hermana Rosalía, quienes fueron alumnas en canto lírico de las maestras Ruth Henikg y Clara Oyuela, con ellas escenificaron operetas, óperas y zarzuelas; preparación que les permitió ser incluidas en presentaciones operáticas realizadas en el Teatro Municipal de Santiago, en las que representaron personajes juveniles.

Gracias a sus estudios de canto y a su conocimiento del idioma francés, Raquel fue invitada por su maestra de canto, para interpretar canciones francesas en la Radio Agricultura, durante medio año, bajo el nombre de Claudia Val. No obstante la buena acogida que tuvo en ese género, Raquel sentía una especial atracción por la música tradicional, aprendida de sus tías y por el baile nacional observado habitualmente en fiestas realizadas en la localidad de Melipilla.

Raquel recordaba que la sedujo la cueca, de verla bailar, en innumerables ocasiones, por el personal que trabajaba en el fundo de la familia, y por su madre, que lo hacía con mucha gracia, pero sin respetar la coreografía. La oportunidad de aprender a bailarla se presentó gracias a un amigo de sus hermanos, quien le enseñó pasos básicos y la coreografía.

Aun cuando en la década del año cuarenta la práctica del baile nacional en la ciudad no era considerada apropiada para una señorita “de buena familia”, la tenacidad de Raquel se impuso: perfeccionó su baile y además demostró tener facilidad para enseñarlo, actividad, que sin proponérselo, desempeñaría con bastante éxito durante muchos años.

A Raquel no solo le atrajo la cueca, sino también las canciones tradicionales que interpretaban sus tías. Ella y todas sus hermanas aprendieron a tocar guitarra, práctica que facilitó la fraternal unión que ha existido entre ellas. Por su parte, Miguel, Patricio y Diego Barros las acompañaban musicalmente, con el piano, la armónica y la ocarina, respectivamente.

Debido a la graciosa interpretación que Raquel realizaba del baile nacional, recibió la invitación del Embajador de España, Señor José María Doussinague, para que la bailara junto a Carlos Mondaca en una manifestación ofrecida a los integrantes de “Coros y Danzas de España”, de visita en Chile. Atraídos por esa danza y a petición de la delegación, Raquel se las enseñó. Entre los asistentes se encontraba el sacerdote domínico Antonio Figart -capellán de la delegación- quien le sugirió la conveniencia de especializarse en un curso para Instructores de Música que dictaban en España.

Y lo que fue comentario en una reunión social tuvo una consecuencia positiva, la que determinó el futuro de Raquel. En una fecha muy significativa para los chilenos -el día 18 de septiembre de 1949- se embarcó en Buenos Aires rumbo a España. En este país obtuvo una beca en el Curso de Instructores Nacionales de Música, que era dictado en El Pardo por el Maestro Rafael Benedito. Complementó sus conocimientos en Málaga y Barcelona, donde fue alumna del Maestro Roig.

Regresó a Chile un año después, el día 18 de septiembre de 1950, trayendo mucho entusiasmo y proyectos, que la motivaron a dedicarse definitivamente a la docencia.